sábado, 29 de diciembre de 2007

El Ángel Caído


Harto del amor se arrancó las alas, rompió su arco con sus flechas, dejó atrás toda inocencia y se largo a una cantina para ahogar sus penas en todo un mar de tequilas.
Y en la siguiente escena, heme yo ahí.
Sentado en alguna apartada mesa maltrecha, saboreando cada trago amargo de la caña y sintiendo el alcohol quemar mis entrañas. Me apenaba tanto porque se fijaba en mí como lo es fijarse en nadie, sin acordarse de que fuimos alguna vez los mejores amigos, los grandes compadres. Alcancé a ver su mirada: Se hallaba aniquilado, con los ojos inyectados de furia, desquiciado por aquella mujer que supe lo engañó. Estaba totalmente fuera de sí. Pero a la vez, dentro de mí, la rabia se apoderaba en todo mi ser: no soportaba verlo involucrado en medio de prostitutas baratas.
Y como si fuese de la nada, hubo un fundido a negro. Solo recuerdo estar lo suficientemente ebrio como para llamar a una de esas desgraciadas, y contarle que deseaba perder cierta virginidad con ella en un gran frenesí sexual. Y lo único que logré perder fue el conocimiento. Desperté en la vereda a la mañana siguiente sin mi billetera y mi último cigarrillo. Al parecer aquella dama quería algo más que un poco de placer. Espero mucho tiempo para recobrar la cordura y tan pronto logré ponerme de pie, corrí de regreso al antro, desesperado, para preguntarle al cantinero que camino había tomado mi desterrado amigo. Y al cabo de varios insultos, después de tanto insistir, se digna a responder que salió solo, embriagado, y sin rumbo fijo. Yo tenía la cara hasta el suelo por la tristeza. Más aún, por lo que había visto en la basura sus alas arrancadas a la fuerza, junto a sus flechas rotas y una gran pila de condones. Daba mucha pena saber que había renunciado totalmente a su trabajo, a las esperanzas de muchas personas que necesitaban del amor de algún flechazo. “Maldita la mujer que puso en peligro al destino de los enamorados”. Y así mareado comencé la travesía a mi hogar. El camino era un desastre: ni bien alcancé a dar un paso y ya tenía excremento en mi zapato. Los vagabundos miraban de una manera muy morbosa, y el escupitajo abundaba más que el propio suelo. Después del largo trayecto por los callejones, era un alivio llegar a la parada, pero la vergüenza de hacerme pasar por ciego para embarcarme a un busa falta de dinero, era parte de mi miserable vida.
―Ruta 11, siguiente parada La Plaza Central. — La voz del chofer retumbaba por los parlantes.
Ya dentro del colectivo no había mejor lugar que al costado de la ventana como para pensar en mis desgracias de la noche anterior, aun no comprendía yo del porqué tuvo que excluirme como a un desconocido, si él era mi único amigo y mi confianza, si la culpa no la cargo yo, pero ahora… ¡Ya me quiero morir!
― ¡Ay! ¡Fíjate por donde caminas, imbécil! ― Reclamó una vieja decrépita a la que sin querer le propiné un golpe, mientras bajaba del autobús.
Durante el peregrinaje a mi morada, no podía soportar más la rabia. ¡Tenía que hacer algo! Las imágenes desastrosas de la noche anterior, esa noche promiscua, me rondaban en la cabeza como demonio buscando poseerme.
Al llegar a la puerta de mi casa, no era necesario ser cerrajero para saber que había sido forjada. Un viento recio me heló la sangre. Adentro en la casa todo estaba tenso, todo estaba destrozado. Las persianas de mi sala habían sido arrancadas vilmente, y las paredes irradiaban un profundo olor a lágrimas. En el suelo encontré ratas ―como siempre― botellas de tequila y vómito. Tardé en reaccionar para dar unos ligeros pasos lentos y continuar con los hallazgos.
— ¡Q... Quién diablos hizo esto!
Se me salían las palabras con voz frágil y débil. Comienzo a subir a paso lento los escalones de mi hogar, y abatido por lo de la cantina me imagino lo peor, pero temo la verdad. Arriba todo el ambiente era perfecto, intocable; pero la puerta de mi cuarto estaba ligeramente cerrada, con un diminuto y cálido haz de luz saliendo de ella. Eso me aterrorizó. Todo mi cuerpo estaba entumido, podía sentir mi corazón latir, y mis manos temblorosas a duras penas podían empujar la puerta; pero ya al momento de entrar, mis esperanzas se apagan junto con mi aliento: el suelo mostraba la escena de un charco de sangre. Pensar que todo esto no era en sueño me costó tanto trabajo como tragar saliva. Nunca en mi vida había sentido un espacio tan lleno de tranquilidad y terror, hasta topar con un bulto entre mis pies, y al observar...no tiene perdón. Él buscó la muerte en mi habitación. Mi gran amigo, ¡Mi única gran compañía! ¡Yacía muerto con la yugular cortada, bañado en sangre! Los signos de admiración y los puntos suspensivos no son suficientes para describir el momento... Lo único que pude hacer al instante, era llorar amargamente sobre su pecho. Pero no fueron largos los minutos de lágrimas que transcurrieron cuando algo impidió mi llanto, como una voz de la conciencia replicándome que examinara el cadáver. Suavemente levanto la cabeza, y aún con los ojos empapados, a primera vista logré observar un diminuto trozo de papel, que lo sostenía firmemente en su mano, como si su alma aun fluía por sus dedos. No lo pensé ni dos veces para agarrarlo y ver su contenido. Era una carta dedicada a su amor, a la mujer por el cual se entregó a morir. Y después de su contenido, pego un grito al cielo. La vida comenzó para mí ser un sufrimiento.

“Toda mi vida ha sido de vanas creencias. Antes formaba el amor, ahora el amor me destrozó. Hasta solo vivía por amar, ahora por amar... ¡solo vivía para morir! Mis flechas era alegría a los corazones, y para mi desgracia nunca me llegó uno a mi infeliz corazón; pasó a ser otra historia con el mismo dolor. ¿Sabes? Recuerdo aún aquel instante bajo las estrellas, cuando pintaste el gris de mi vida con el pincel de tu boca y el rojo de tus labios, cuando juramos inmortalizar lo que de mortal nos fue entregado; pero ahora solo vacío dejaste en mí por nunca encontrar el color, para el blanco de mis lágrimas, y para el negro de mi alma, amor. Creo que es momento de confesarte mi secreto: Mi única razón de vivir era mi ilusión, y esa ilusión eras tú. Me siento maldito por culpar a la noche de haber sido cómplice de nuestras aventuras, a la luna por iluminar a la dulzura de tu rostro, y al viento lujurioso por dejarlo acariciar tus hombros. Pero, ¿Por qué me ocultaste el motivo de tu vergüenza? Aún no comprendo por cual el ese motivo era yo, tal vez por ciertos celos... pero ahora ya es muy tarde.
Por eso, quiero que sepas que te amé como eras, y te odié por tu hermosura, por tu traición que hasta aquí termina ¡Y tú sabes que es el engaño, te burlaste de un santo regalo! Mi corazón. Te prometo que este papel escrito con tinta de mi sangre y gotas del dolor, sea el amargo recuerdo en tu corazón; que la soledad de mi sepulcro sea el testigo de la culpa en tus llantos y apague la sonrisa de tus encantos. Te pido que mires al cielo ahora: ¿Ves en las nubes? ¿Alcanzas a ver esos amantes que vimos en la orilla a lo lejos? Éramos nosotros. ¿Recuerda que tuvimos aquellos apasionados momentos donde mi aliento jugaba con tu boca? Pues bien, quedaran ahogados en aquel oscuro mar, naufragando en otros cuentos. Y con el esfuerzo de mi último aliento, esta profecía te la entrego: Todas las noches en tus sueños, soñarás cuando me querías y recordaras aquellas tardes en que tu cama nos amó. Tan solo me queda cubrirte con mis estrellas por las noches, velar por tus sueños hasta que soñemos juntos... y cruzar miradas en la eternidad.”



Con un inmenso amor gastado
Cupido





PD: a continuación, les hago pública la foto cuando cupido estaba ebrio.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

ke profundo.. escribes muy bien..

Unknown dijo...

Hola,
Trabajo en una editorial catalana y nos ha encantado la foto del ángel muerto que utilizas para ilustrar uno de tus textos titulado AMOR ADULTO. La verdad es que ya hace mucho tiempo que la localizé por internet pero voy detrás de alguien que me pueda decir de dónde o con quien tendría que hablar para conseguir esta imagen en alta resolución.Te agradecería mucho que me pudieras facilitar la fuente o el contacto de donde lo has sacado. Estamos interesados en poderla reproducir para la cubierta de uno de nuestros libros y claro con la resolucón con la que la hemos encontrado no se puede reproducir.
Sin embargo necesitaríamos localizarla en alta resolución. Mi email de contacto es: asoldevila@grup62.com
Agradezco mucho tu ayuda y te mando, de antemano, un saludo muy cordial.
Atentamente,
Anna Soldevila