domingo, 17 de agosto de 2014

Los números no existen

"Habrán sido como unas tres horas, y unas dos por cuatro. Cuatro por dos ocho mas tres, once.
Once horas, seguro.
Y el sol seguía ahí, once meses con once años, la misma cara del sol a sus tres cuartas partes, sigue. Once días más cumplimos doce años desde que las mañanas dejaron de contar. Sólo recuerdo los números. Son 24 días de Agosto con 1994 años, más doce años y siguen siendo 24 días de agosto con 1994 años. ¡Qué ridículo! Nadie con 1994 manzanas, consigue 12 manzanas más, seguirá teniendo 1994 manzanas. Pero al reloj de pared ya no le funciona, ¡No señor! Se ha olvidado de las matemáticas. Tampoco para el reloj de arena o el reloj de sol. Ni consiguiendo 24 relojes de pulseras con 48 pilas  -tanto enredo carajo- por todos los pares (porque el problema no son las pilas) se acordarán de los números y seguirán contando las horas -sigue el sol ahí- Y ahora cada aguja eligió su pareja. Al horario de las horas le gustó quedarse en el 6, el minutero optó por el 30 y el segundero el 49.
Seis horas con treinta minutos y cuarenta y nueve segundos.
Seis horas con treinta minutos y cuarenta y nueve segundos.
Seis horas con treinta minutos y cuarenta y nueve segundos..."
Han pasado doce años y sigue siendo las 6 de la tarde con 30 minutos y 49 segundos del 24 de Noviembre del año 1994, con el sol inclinado a 168 grados del este, y ahora su cabeza está a 34 grados de mi hombro.
 Ahora la cama está a 40 centímetros del suelo. Hace 40 minutos estábamos haciendo el amor sobre el suelo.
Cierto que el tiempo ya no avanza, pero aún cargamos con el tiempo en  la piel, en las venas, en la comisura, en la conciencia y en las arrugas. Cierto que yo tengo 25 y ella 24. Cierto que es en teoría. Cierto que para la práctica yo tengo 37 y ella 36 (25 más doce son treinta y siete, 24 más doce treinta y seis, menos once días... no quiero decimales) Prácticamente en algún momento moriremos, y gracias a la práctica moriré feliz (moriremos felices)
Hora de muerte: 6 de la tarde con 30 minutos y 49 segundos.
,-¿En qué estaba?....- Habrán pasado unas once horas mas ocho minutos desde que comencé a contar nuestra historia. Habíamos llegado a la terraza del séptimo piso del departamento número seis de la playa. Cinco personas estarán siempre en rececpción de las cuales cuatro están enamoradas. Tres botellas de cerveza, dos bolsos de mano y un suspiro flotando en el aire que jamás existirá.
Es difícil vivir sin amor cuando no tienes una cerveza -eso creía-.
Por suerte el suspiro no entiende nada de eso ni entenderá. Nadie entiende nada cuando se está inmovil. Ni los cuatro enamorados, ni las diez gavietas, ni el muchacho con las ocho canicas de la vereda de enfrente.
No respiran, no hablan, no murmullan, no se mueven, no existen (no entienden).
-...-
La verdad, no hay historia. No tengo nada que contar. Ya estoy aquí sin el tiempo funcionando a mi contra, con la suerte de encontrarme en la dimensión bendita sin líneas temporales, libre entre una cama y un beso. Seguimos escribiendo nuestra línea temporal, cuando le acaricio mi nariz en su cabeza, cuando me agarre de la mano y me lleve a pasear sobre el mundo inmóvil.
 "Si pudiera detener un instante en el tiempo durante toda la vida, elegiría este" Mi sueño. Te me cumpliste.
Las horas ya no existen desde que ella sonríe, y desde 1994 no ha dejado de sonreir.